La temporada de 1977 fue tan desastrosa que Ferro vio pasar cuatro direcciones técnicas: Antonio Garabal, la dupla Oscar López-Oscar Cavallero, Pipo Rossi y sendos interinatos de Felipe Ribaudo. En la fecha 28 del Metropolitano, tocó visitar a Atlanta: 5-1 abajo, últimos cómodos y el descenso que ya se veía venir. Esa jornada se disputó un viernes, porque la Selección tenía un amistoso el domingo. En Caballito también había partido: como estaba remodelando su estadio, Vélez iba a hacer de local contra Platense en el Templo de Madera.
Justo ese sábado se empezaban a vender las entradas para el Mundial 78. A Vélez lo dirigía Carlos Cavagnaro; le estaba dando pelea a River, que al final iba a ser campeón, pero venía de perder dos partidos seguidos. Platense deambulaba por la mitad de la tabla.
Temprano, el plantel de Vélez partió desde Liniers en micro, seguido por una camioneta con toda su utilería. Algo pasó en el camino, porque “por obra de los desconocidos de siempre” -según se reseña en la primera edición de Crónica del día siguiente- las camisetas nunca llegaron a destino. Platense saltó a la cancha con su casaca alternativa, blanca en lugar de la marrón. Y Vélez, a falta de otra prenda, tuvo que pedir prestado a Ferro un juego igual al que Ferro usaba habitualmente como titular: la verde con el escudo el pecho, hermosa.
En el primer tiempo, con los colores de su clásico rival, Vélez hizo 3 goles (Omar Roldán, Pedro Larraquy y Hugo Iervasi). Mientras se disputaba el partido, alguien de la utilería de Vélez corrió ida y vuelta Caballito-Liniers-Caballito y agarró un juego nuevo con la alternativa de Vélez, azul con la ve blanca. “En el complemento -agrega Crónica- Vélez recuperó su fisonomía habitual y adoptó lo que le es habitual (sic): jugar a la ley del off-side e intentar la salida en contragolpe”. Así aumentó la diferencia (José Castro y Roldán, de penal) para un resultado final de 5 a 1, como el de Ferro esa misma tarde en Villa Crespo.