Cuenta Antonio Héctor Garabal que desde muy chico supo que quería ser futbolista. Criado en Boedo, hijo de un obrero metalúrgico, era natural que fuera a probarse a San Lorenzo. El entrenador de turno enseguida detectó que pintaba para crack y lo puso a jugar varios partidos; un día con una camiseta de un color, otro día con una de otro color. A Garabal no le convencía que no le dieran la roja y azul a bastones verticales, que al final era la del club con el que simpatizaba. Entonces apareció un conocido de la familia, que trabajaba como sifonero y era delegado de Ferro.
-Tenés que venir a probarte cono nosotros, pibe -le dijo cuando lo vio hacer jueguito con la pelota.
-¿Me van a dar la camiseta que usan los jugadores de primera? -preguntó Garabal.
Y se la dieron. En la primera práctica lo recibió Carlos Calocero, un técnico-maestro de los que no hubo muchos. Lo hizo jugar 10 minutos: suficiente. A la noche, hablaron con el padre y lo ficharon para Ferro.
El primer carnet de Pistola Garabal fue de los Juegos Evita de 1948; su equipo se llamaba Universo. Tenía 14 años.
El siguiente se lo dio Ferro, por supuesto. Como jugador, Garabal integró famosas delanteras -que lo catapultaron al Atlético de Madrid y a la selección nacional- y fue director técnico. Sumando ambas condiciones, defendió la camiseta que vino a buscar en nada menos que 292 oportunidades. Un prócer.