El 6 de octubre de 1985 hacía apenas un mes que Ferro había quedado eliminado de la Copa Libertadores. El equipo de Timoteo había arrancado mal el campeonato local, que era un gran desafío no tanto en términos de pelear los primeros puestos como de demostrar capacidad de recambio. El Beto Márcico, mejor jugador de la historia del club, ya estaba en Toulouse. Pero de las canteras del Cai Aimar había salido su reemplazante: Oscar Román Acosta.
Rosarino, Acosta había debutado en 1982, a los 18 años, y al año siguiente le había hecho un gol inolvidable a River. Ese torneo 1985-86 -el primero de los que se jugaron en paralelo al calendario europeo- podía representar su consolidación. El Cabezón Acosta era muy habilidoso, rápido, se sabía mover por el costado izquierdo tanto como dentro del área; era manija y pateaba tiros libres: un crack. En la Libertadores había jugado muy bien. Y el domingo anterior a ese partido con Estudiantes, le había hecho un gol a Unión en Santa Fe. Carlos Bilardo, técnico de la selección, lo seguía cada partido.
A Estudiantes lo dirigía Humberto Zucarelli y estaba en un proceso parecido al de Ferro, aunque más cerca del fondo de la tabla de posiciones en ese momento. Era la fecha 16 y el desastre se produjo a los 10 minutos de juego. Acosta se movió a su banda –junto a la platea de cemento, en ese primer tiempo- y Julián Camino lo fue a marcar. Como un animal: le dio abajo y le rompió el peroné.
Acosta se recuperó y reapareció a los cuatro meses, contra Platense y haciendo un gol. Pero siempre le quedó la espina de que se perdió la oportunidad de ir al Mundial de México, como contó en Estación Caballito.
Esta foto es de unas horas después de la fractura. El Cabezón Acosta está su cama, charlando con Aimar y José Fantaguzzi. A un costado se ve al Chavo Fucks, joven periodista de Tiempo Argentino, que lo entrevista.