En un hermoso libro sobre las figuritas en la Argentina se cuenta que los años 50s marcaron un antes y un después en la historia de estas colecciones. Esa suerte de era de oro está determinada por el nacimiento de la Casa Crack, que -dice la obra- logró "ediciones de carácter sistemático y continuado como nunca antes se había alcanzado". La imprenta Crack era propiedad, entre otros, de Ernesto Gutiérrez, un half surgido de Ferro en 1944 y que luego fue estrella de Racing. Gutiérrez logró un acuerdo entonces sin precedentes con Futbolistas Argentinos Agremiados -fundado también en el año 44- que le concedió a Crack la exclusividad para explotar la imagen de los jugadores de los torneos oficiales, igual que la multinacional Panini hoy con la AFA.
Los álbumes de Crack eran los más vistosos y daban los mejores premios, desde bicicletas a pelotas. Su relación contractual con Agremiados determinó que el resto de las imprentas perdieran un negocio que venía funcionando de manera fluida. Fue el caso de Po-Po, una editorial que estaba en la calle Guayra, en el barrio de Núñez, que en 1959 buscó innovar con un formato novedoso: figuritas redondas en un álbum también redondo.
Para no meterse en líos con el sindicato de los jugadores ni con su competidor, Po-Po no usó los nombres de los jugadores. En las figuritas -con sus correspondientes números- sólo se ven el puesto de cada uno y los rostros, pero ni siquiera corresponden todos a futbolistas reales o que efectivamente estuvieran en ese momento en cada club. Fue la manera de burlar la exclusividad de Casa Crack.
Las figuritas no tenían en ese tiempo la calidad de las de ahora; eran impresiones borrosas y de colores poco nítidos. También había errores ortográficos hoy inimaginables, como bak en lugar de back o Argentino Juniors.
En este álbum de Po-Po venían 176, a razón de 11 por equipo, acompañadas de otras 80 de temas históricos.