En los años 80s, cuando Ferro se convirtió en la institución deportiva más importante de la historia argentina, pasaban cosas como estas. En una misma mesa podían juntarse pibes que, además de ser campeones defendiendo los colores del club, triunfarían en la selección nacional, en equipos más grandes, en el exterior. Eso era Ferro: una escuela de cracks, con sus maestros y sus valores.
De izquierda a derecha, están Germán Vera, un chico que había venido desde Entre Ríos y no alcanzó a jugar en Primera; un jovencísimo Fabián Cancelarich, arquero subcampeón del mundo y campeón de América; Marcelo Bauzá, delantero que llegó a jugar en la Copa Libertadores; Javier Maretto, multicampeón con Ferro, una verdadera gloria de la Liga Nacional de Básquet; Víctor Marchesini, tremendo marcador central, campeón en el club y con Boca; un mozo del Anexo; José Fantaguzzi, de volante central a ayudante de campo de la selección de Egipto en el último Mundial, y Oscar Román Acosta, jugadorazo de Ferro, que pasó por River y dio vueltas por varios países para terminar radicado en Suiza. Y parado, al fondo, Jorge Kornicki, el querido Gancho, uno de los personajes del club en esos años dorados.
Todos compartiendo, sonriendo, creciendo. Esa escuela de cracks era Ferro.