Claudio Crocco es parte de un grupo de jugadores que las vivió todas en Ferro. Como el Burro Rocchia, el Cabezón Cuper o el Ciruja Garré, debutó en la A de los años 70s, se fue a la B, salió campeón -como dice la canción- y jugó la Copa Libertadores en los 80s. Su arma secreta: una habilidad endemoniada a pura velocidad.
Le decían Titi. Pero Carmelo Faraone, el técnico del ascenso, lo bautizó Papelito. Crocco, efectivamente, medía 1,71 y era liviano, por eso podía meter unos piques tremendos. Pero además perdía 3 o 4 kilos por partido. Con la llegada del Maestro Timoteo y del Profe Bonini, mejoró la alimentación, se sometió a sistemas de entrenamiento más modernos y se convirtió en la llave de ataque por el carril derecho.
El Mudo Aleva lo retrató, ya sin remera, la tarde del histórico 3-2 con Los Andes que devolvió a Ferro al lugar que le corresponde en la Primera División. Crocco integró esa delantera con Rubén Rota del otro lado y Julio Apariente en el medio. El 22 de octubre de 1978, hizo el gol de la victoria a los 10 minutos del segundo tiempo de un partido que se presentó muy difícil, gracias a un pase pitagórico de la Chancha Arregui y a un mano a mano definido como se debe en un momento crucial.
En ese torneo, Titi Crocco anotó 11 goles: su mejor registro en el club. En el Nacional 82, el de la primera estrella, hizo 3. Y en la Copa Libertadores de año siguiente anotó el gol contra Colo Colo que significó el primer triunfo internacional oficial del club.
En el Nacional 84 jugó unos pocos partidos y se fue a préstamo a la Universidad de Chile, con muchas lesiones y poco éxito. Volvió y pasó por Platense, Unión (Santa Fe) y Deportivo Italiano. Siempre callado, de perfil bajo, lleva varios años como profe de fútbol en el Club Italiano.
Crocco había llegado a Ferro a los 12 años. Nacido en Liniers, nunca ocultó que era hincha de Vélez. En una entrevista que le hizo Crónica el día del ascenso, dijo: "Lo que más me gusta es el desborde y el centro".