El campo deportivo de Pontevedra tiene desde hace pocos meses un nombre propio: el de Santiago Leyden, el presidente más importante de la historia de Ferro. Pero para todos los socios del club ese campo se llama, simplemente, Pontevedra, por la localidad del partido de Merlo -al oeste del Gran Buenos Aires- en donde está enclavado. Son exactamente 104.993,84 metros cuadrados, adquiridos hace ya más de cuatro décadas.
Pontevedra fue el laboratorio donde el Maestro Timoteo amalgamó las piezas de la máquina que fue Ferro en los 80s. No es casual que una hermosa foto de los jugadores trotando en ese predio haya sido la ilustración principal de una nota de cuatro páginas que El Gráfico le dedicó a Ferro en 1982.
Hacía poco que el equipo había obtenido su primera estrella. Entrevistados Leyden, el propio Carlos Griguol y el capitán Héctor Cúper, los tres coincidían en que el ciclo recién estaba empezando. "Ferro Carril Oeste, el plantel profesional y su ámbito natural de trabajo", dice el epígrafe. En las páginas siguientes hay otra foto tomada en Pontevedra: el Viejo Griguol tiene al plantel reunido sobre el césped con las instrucciones anotadas en tiza sobre la bolsa de pelotas.
Por Pontevedra pasaron todos los cracks que le dieron brillo a Ferro. También fue la referencia obligada de muchos fines de semana para las familias del club. Y la capital del verano para varias generaciones de chicos en las Vacaciones Alegres.
El predio se escrituró el 22 de abril de 1975. Eran dos fracciones: 10 manzanas por un lado, 4 por el otro. La compra costó 2 millones de pesos de la época: 1.750.000 al contado y 250.000 contra una hipoteca que Ferro pagó puntualmente y se levantó el 23 de abril de 1976.
Siempre fue un poco lejos de Caballito, siempre fue un poco trasmano, siempre hubo lugares más lujosos. Pero en ningún lugar como en este se cimentó la mística de Ferro.