Esta es una historia chiquita. Que habla de un club gigante, con valores, con proyecto, capaz de enamorar a muchos pibes de toda una generación. Ocurrió en el pueblo de Córdoba donde los equipos de Timoteo hicieron, durante aquellos años, esas pretemporadas que dejaban a los jugadores hechos unos aviones.
Villa Giardino, verano de 1980. Javier Cataldi está de vacaciones en el famoso hotel de Luz y Fuerza. Una tarde, Javier anda dando vueltas por ahí con un autito que le regalaron los padres; tiene 5 años y lleva puesta una camiseta de Boca. De pronto, en un descanso de las prácticas, aparecen Juan Domingo Rocchia y Rubén Rota, que llevaban varios días entrenando duro, seguramente extrañando a sus propios hijos. Se acercan a Javier, le quieren hacer una broma y con disimulo le quitan el auto. Un escándalo: el pibe se larga a llorar desconsoladamente y los dos grandotes optan por irse entre pedidos de disculpas.
Al otro día, el Burro y Rota buscan al pibe. Con dos regalos: una motito y una postal firmada por ellos mismos y el resto de los jugadores: Cacho, el Fino Cañete, los hermanos Héctor y Carlos Arregui, Sotelo, el Cabezón Cúper, Apariente... Hasta el Viejo Griguol.
El pibe balbucea un agradecimiento y escucha lo que el Burro agrega, dirigiéndose al papá: "Si a usted le parece bien, el chico puede salir a la cancha con nosotros los partidos que tenemos que jugar acá en Córdoba". Javier abre grande los ojos. Se irá de Villa Giardino, efectivamente, habiendo sido mascota del equipo en unos amistosos. Y con el corazón de otro color.
Hoy lo recuerda así: "El día que pasó eso supe que me iba a morir siendo de Oeste". Todavía guarda la postal.